En
esta nueva entrada analizaremos el apasionante enfrentamiento
dinástico que involucró a todos los hombres fuertes de la Europa de finales del
siglo XV: la primera Guerra de Italia.
Por
aquel entonces el Mezzogiorno
italiano (el llamado “Reino de las
Dos Sicilias”, que abarcaba tanto a la propia Sicilia como el sur de la Italia
peninsular, desde Nápoles hasta el estrecho de Messina) era el objeto de deseo
de las potencias europeas. Sus recursos agrícolas, así como su posición
estratégica en el centro del Mediterráneo, hicieron que durante la Edad Moderna
las Dos Sicilias estuvieran muy
presentes en las ambiciones políticas de los soberanos del viejo continente.
Las
principales potencias del momento eran, por una parte, el tándem formado por
los reinos de Castilla y Aragón, con Fernando el Católico como garante de la
prevalencia aragonesa en el Mediterráneo, y por otro lado el reino de Francia,
con Carlos VIII a la cabeza. Éste último será el protagonista de nuestra
historia.
Fernando II de Aragón, llamado “el Católico” (arriba) y Carlos VIII de
Francia, llamado “el Afable” (abajo), los hombres fuertes de Europa a finales
del s. XV.
La
corona de Aragón dominaba Sicilia desde 1282 con un modelo llamado Reino Pactionado (Sicilia pasa a formar
parte del Reino de Aragón voluntariamente y a cambio mantiene una fuerte
autonomía institucional); sin embargo, no sería hasta 1442 cuando Alfonso I el
Magnánimo (Alfonso V de Aragón) se haga con el control del Reino de Nápoles (a
costa de Renato de Anjou, cuya casa noble regía los designios de Nápoles por aquel
entonces), estableciendo allí una corte renacentista que rivalizaría en
esplendor con la de los Medici en Florencia.
Así,
a la muerte de Alfonso el Magnánimo en 1458, el reino de Aragón controlaba la
mitad sur de Italia, incluyendo los territorios insulares de Sicilia y Cerdeña.
Nápoles pasa a su hijo bastardo Fernando y la dominación aragonesa sobre el sur
de Italia se mantiene durante algunas décadas más.
La Corona de Aragón en 1443, bajo el reinado de Alfonso V el Magnánimo.
El imperio comercial aragonés controlaba prácticamente todos los territorios
insulares del Mare Nostrum, llegando incluso hasta Grecia (Ducados de Atenas y
Neopatria) en su periodo de máxima expansión. El poder aragonés en el Mediterráneo
occidental era casi absoluto.
Nos
situamos ahora en el año 1494. El rey Fernando de Nápoles fallece en sus
dominios. En la corte de París, Carlos VIII, rey de los franceses, lo celebra. Ha fijado su objetivo en el reino de Nápoles,
y está dispuesto a coronarse rey a cualquier precio. Su legitimidad se basa en
su parentesco con el anteriormente citado Renato de Anjou, derrocado por
Alfonso V el Magnánimo. Desde su punto de vista, la Casa de Aragón es una
usurpadora del trono; el sur de Italia ha de regresar a manos francesas.
Además, se suponía que dichas intenciones eran bien vistas por el Papa
Alejandro VI (el español Rodrigo de Borgia).
Alejandro de Borja, Sumo Pontífice bajo el nombre de Alejandro VI
(1492-1503).
Sin
embargo, a la hora de la verdad, Alejandro VI no accede a coronarlo; el
insaciable Papa Borgia tenía otros planes muy distintos para el Reino de
Nápoles: concedérselo a Alfonso de Aragón (Alfonso II de Nápoles), con vistas a
situar el territorio bajo su órbita familiar. Ante esto, y cansado ya de las
lentas vías diplomáticas, Carlos VIII decide
imponer su voluntad por la vía militar: se ceñirá la corona con la ayuda de las
armas. Sin embargo, no iba a ser tarea fácil: el ejército galo debía penetrar
en Italia por tierra, y eso suponía cruzar la península de arriba abajo a
través de las repúblicas y principados que conformaban el complejo puzzle
político italiano. Por suerte (a excepción de los Estados Pontificios) el norte
de Italia simpatizaba con las intenciones de Carlos VIII (debido al predominio
de las familias güelfas, aliadas tradicionales
de Francia).
El paso natural a través de Francia era Milán,
donde, casualmente, Ludovico Sforza había dado un golpe de estado con la
pretensión de convertirse en el nuevo duque. Para que el título ducal tuviera
validez era necesario que un noble de mayor rango reconociese al pretendiente
(esto es, necesitaba una especie de avalista o padrino, por ejemplo, un rey, o
preferentemente el emperador de Sacro Imperio). Carlos VIII ve clara su
estrategia: promete (recalcamos, tan sólo promete) a Ludovico reconocerle como
duque de Milán siempre y cuando éste le facilitara el paso a Italia a través de
Lombardía. Ludovico acepta y el ejército de Carlos pone rumbo a Nápoles con
treinta mil hombres. Aquí es donde nuestro protagonista comete su primer error
estratégico: con las prisas pospone la coronación de Ludovico para su vuelta,
acción que, como veremos, le costará muy cara.
A
su paso por el Lazio, y como castigo a Alejandro VI (que no quiso reconocerle
como legítimo rey de Nápoles ante la alternativa de Alfonso II de Aragón)
saquea Roma, obligando al Papa a refugiarse con su guardia personal en el
Castell Sant'Angelo. Segundo error: Carlos VIII no somete completamente al
Papa. Este punto será importante para el desenlace de nuestra historia, pero no
nos detengamos ahora aquí: poco tiempo más tarde, Carlos VIII llega consigue
llegar a Nápoles y coronarse por fin como legítimo rey de la Sicilia citerior.
Lamentablemente
para los franceses, los errores de Carlos VIII en su alocada carrera por la
conquista del Mezzogiorno no
tardarían ni siquiera un año en pasarle factura. Repasemos sus fallos
estratégicos:
- Dijimos que para entrar en Italia había prometido a Ludovico Sforza el reconocimiento como duque de Milán. Sin embargo, las prisas por la toma de Nápoles habían hecho posponer la coronación ducal hasta su regreso. Ludovico sospecha de Carlos: corren los rumores de que el duque de Bretaña es el que será finalmente nombrado duque de Milán, y no Ludovico. Por si fuera poco, el Papa Alejandro VI (al que encontramos siempre detrás de todas las insidias y conspiraciones de su época) informa a Ludovico de que el rumor es cierto (en realidad probablemente carecía de dicha información, aunque la difunde como cierta haciendo gala de su maquiavelismo). Así, Ludovico es investido como duque por el emperador alemán y retira su apoyo a Carlos, pasando a ser ahora su enemigo.
- El segundo error fue no someter al Papa por completo. Simplemente lo dejó recluido en el Castell Sant'Angelo, y así, Alejandro VI , fiel a su estilo, comenzó a conspirar contra Carlos y a reestructurar la ley de alianzas en Italia.
- Por si fuera poco, la sífilis hizo estragos en el ejército francés, dejándolo sin la mitad de sus efectivos.
Espiroqueta “Tremonema Pallidum”, bacteria responsable de la infección
por sífilis (ETS). La primera epidemia europea de sífilis fue sufrida en Italia
por los efectivos del ejército de Carlos VIII; murieron la mitad de sus
hombres. Por eso en Italia era conocida como el “mal francés”.
En el año 1495 todo el norte
de Italia es hostil a Carlos, y por tanto los franceses se quedan encerrados en
Nápoles: el Papa y Ludovico cortan el camino de regreso a París. Por si fuera
poco, Alejandro VI había convencido a Fernando el Católico para que interviniese
en el conflicto. Así, en julio de ese mismo año, todos arremeten contra Carlos:
Ludovico ataca a los franceses por el norte, al igual que el Papa, y los
ejércitos aragoneses (comandados por el Gran Capitán) atacan Nápoles por mar desde
Sicilia (que recordamos era patrimonio de la corona de Aragón). A todo esto debemos
sumar los estragos causados por la sífilis.
El
despropósito final lo encontramos en la huida desesperada de Carlos a Francia: puesto
que Lombardía le era hostil, se ve forzado a emprender la retirada por el este
de Italia, cuyos territorios pertenecían a la República Marítima de Venecia.
Los venecianos deciden aprovecharse de la delicada situación del monarca galo: permitirán
su paso por el Véneto, sí, pero a cambio de la devolución de ciertos
territorios que el rey de Francia poseía en el norte de Italia. El trato era
demasiado humillante como para que Carlos lo aceptase, así que los venecianos,
lejos de permitirle el paso, le declaran la guerra: el 6 de Julio de 1495
Carlos VII se enfrenta a una coalición italiana en la batalla de Fornovo.
Pierde el poco ejército que le quedaba, y finalmente huye a Amboise, su ciudad
natal, en la cual fallecerá pocos años más tarde debido a un accidente
palaciego cuyas causas están aún hoy por aclarar.
Castillo de Amboise (Indre-et-Loire, Francia), lugar de nacimiento y
muerte de Carlos VIII de Francia. En el también se encuentra la tumba del genio
del renacimiento Leonardo da Vinci.
Muy bien redactado e ilustrado. Muchas gracias, Nacho.
ResponderEliminarUn episodio de la Historia poco conocido, pero que retrata a la perfección el turbulento (¿cuándo no ha habido un período turbulento en la época moderna?) período de la Europa finales del siglo XV, con un mosaico de reinos, coronas y ducados; y con influencias que no duraban demasiado (la propia influencia aragonesa no duraría demasiado en el tiempo. Aunque más bien, no es que no durara, sino que mutaría: de influencia "aragonesa" pasaría a ser directamente influencia "española"). Por lo demás, se ve que Carlos VIII era un chapucero de mucho cuidado. O le aconsejaron horriblemente mal, o sus ansias de poder le perdieron y le hicieron olvidar cualquier tipo de prudencia, paciencia o astucia. O sea, que hubiera sido un desastre jugando a cualquier Total War.
ResponderEliminarPor otra parte, siempre me parece curioso (irónicamente, claro) que habiendo tantos retratos de Fernando el Católico, en la serie "Isabel" hayan optado por la atención de las féminas más que por el rigor histórico. Claro que lo mismo puede decirse del personaje de la misma Isabel. Cosas del share y la audiencia.
Estupendo artículo, Nacho, un buen estreno en el blog.