martes, 14 de enero de 2014

La escuela de Atenas, de Rafael

Hoy en Antiquus analizaremos algunos de los aspectos más interesantes de una de las obras pictóricas renacentistas por excelencia: La escuela de Atenas, del genial pintor italiano Rafael Sanzio. Se trata de un mural de considerables dimensiones (aproximadamente 39 metros cuadrados) pintado al fresco e ideado como mural decorativo de una de las estancias papales de los Palacios Vaticanos, concretamente la Cámara de la Signatura.


La Escuela de Atenas, Rafael Sanzio (1509-1510). Pintura al fresco (500 cm x 770 cm). Museos Vaticanos, Roma.


Es bien sabido que, durante el Renacimiento, y especialmente en Italia, hubo un retorno al interés por la cultura greco-romana. Así, en La academia, encontramos formas arquitectónicas típicas tanto de las termas de época Imperial (en concreto, las famosas Termas de Caracalla) como del propio Renacimiento (algunos estudiosos señalan influencias de las construcciones del arquitecto y amigo de Rafael, Donato Bramante), que en cualquier caso sirven como excusa para el desarrollo de una brillante perspectiva típicamente renacentista. La arquitectura monumental se dispone de tal forma que el mural muestra una potente sensación de profundidad, la cual nos guía por las bóvedas del edificio hasta un fondo a cielo abierto, un azul que proporciona una luz extra a la escena y que, además, destaca las figuras de los dos personajes principales (centrados estratégicamente en el punto de fuga de la composición frontal, lo cual, unido al ya mencionado fondo azul, invita irremediablemente a dirigir la atención del observador hacia las figuras centrales). 

Otra característica típicamente renacentista es el tema de la obra. La idea de Rafael fue reunir bajo un mismo techo a los representantes más destacados de la filosofía, la ciencia y las artes de la Antigüedad, como homenaje simbólico a la investigación racional de la verdad. En la parte izquierda podemos ver a un grupo de filósofos, con Sócrates señalando con los dedos silogismos ante un grupo de jóvenes, entre los que se distingue acaso a Alejandro Magno con casco y armado. Abajo, otro anciano, acaso Pitágoras, escribe números sobre un grueso volumen mientras un joven sostiene ante él una tabla. El grupo que se encuentra en la esquina inferior izquierda está reunido en torno a un hombre que bien pudiera ser Arquímedes o Euclides, inclinado hacia el suelo para explicar algún asunto geométrico con la ayuda de un compás. Diógenes aparece derrengado sobre las escaleras, en clara alusión a su actitud filosófica, antimaterialista e incluso en ocasiones antisocial. Aunque no se vea claramente debido al tamaño de la fotografía, abajo, en el lateral derecho del mural, aparece un autorretrato del autor. Invitamos a los lectores a investigar la identidad del resto de los componentes de la composición.

El centro didáctico de la escena (que, como ya dijimos, coincide con el punto de fuga geométrico), se halla ocupado por los máximos exponentes del saber de la Antigüedad. Estos personajes principales no son otros que Platón (izquierda) y Aristóteles (derecha). Su imagen ampliada se muestra a continuación:


La Escuela de Atenas. Detalle.


Pero el propósito fundamental de esta entrada es el análisis de la simbología que guardan estos dos personajes, de cara a una mejor interpretación del conjunto de la obra. Platón, a la izquierda, más viejo, sostiene un volumen de su obra El Timeo, una de las más influyentes en la historia de la filosofía occidental, en la que expone de manera magistral su visión sobre el origen del universo, la estructura de la materia y la naturaleza humana. Su rostro no son facciones idealizadas; Rafael quiso hacer un claro homenaje al intelectual más importante de la época, y por ello la cara de Platón no es otra que la de Leonardo Da Vinci, el genio renacentista por antonomasia. Por su parte, Aristóteles (izquierda), apoya sobre su pierna un ejemplar de su Ética.

La posición de las manos por parte de ambos filósofos no fue una cuestión dejada al azar por el pintor italiano; es cierto que imprime, si se quiere, un efecto dinámico a los eruditos, el cual enfatiza la sensación de un caminar lento y peripatético, un paso reposado a través de la nave en la que se intuye un diálogo impagable. Pero más allá del efecto escénico, la posición de las manos hace referencia a una cuestión mucho más profunda y simbólica: Platón dirige su dedo hacia arriba, indicando la fuente suprema de su inspiración, el mundo de las ideas, la metafísica platónica, que se desarrolla en un estadio superior al de las meras formas de la apariencia. Por su parte, Aristóteles dispone su palma abierta hacia el suelo, en clara alusión a la realidad física, pues toda su filosofía se fundamenta en la experiencia como origen necesario de todo conocimiento humano.

Por tanto, la aparente casualidad en la posición de las manos esconde una velada alusión al versus por antonomasia de toda la filosofía occidental: experiencia frente a trascendencia.

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