domingo, 29 de diciembre de 2013

La Alquimia, el arte de la transmutación (Parte III: El instrumental alquímico y el trabajo del alquimista).


Prosigamos con el monográfico, esta vez centrados en el instrumental y el trabajo del alquimista, dos de los temas más interesantes dentro del mundo de la alquimia. Primeramente es conveniente saber que en la Grecia clásica será donde la alquimia empiece a adquirir algunas de sus características que más tarde se harán definitivas. Una de ellas, la primera y más importante, es el proceso de destilación. Hasta los primeros alquimistas griegos, la destilación era algo completamente desconocido en el mundo. La primera descripción de un alambique que ha llegado hasta nosotros se atribuye a uno de los primeros alquimistas femeninos conocidos, María la Judía, y es citado a su vez por otro de los alquimistas más célebres de la antigüedad, Zósimo, gracias a cuyos escritos ha llegado hasta nosotros buena parte de la alquimia griega. Este aparato (que esencialmente no sufrió ninguna variación hasta 1860) nos es descrito por Zósimo como un alambique de tres brazos, cuya utilidad (la de los tres brazos) no ha quedado aún suficientemente aclarada, ya que no estriba en la selección de los productos destilados, y se ignora cualquier otra posible aplicación. De todos modos, el alambique de tres brazos o tribikos fue muy usado a lo largo de los años por todos los alquimistas, al igual que el más normal de dos brazos o dibikos. A María la Judía se le atribuyen también otros varios inventos alquímicos, como son el método de calentar una sustancia mediante vapor de agua (método que en muchos países se conoce aún por "Baño María"), y el Kerotaxis.
El atanor es el instrumento básico del alquimista. Es un horno, pero se le conoce por atanor, ya que proviene del árabe al-tannur, que significa precisamente eso, "el horno". El horno alquímico, según la descripción que de él nos hace el alquimista Geber, ha de ser "cuadrado, de cuatro pies de longitud, tres de anchura, y un grosor de medio pie en las paredes". Los materiales a calcinar deben ser colocados dentro del horno en cazuelas de arcilla lo más resistentes posible, "como la arcilla que se emplea para la formación de crisoles, a fin de que puedan resistir la fuerza del fuego, incluso hasta la combustión total de la cosa a calcinar".

lunes, 23 de diciembre de 2013

Thomas Edward Lawrence: el hombre y su desierto.



Pocas, poquísimas figuras históricas del siglo XX pueden presumir de seguir siendo un enigma después de casi 100 años. Todo nombre ilustre del siglo pasado cuenta con numerosas biografías y con estudios que lo han retratado casi al detalle. Solamente unos pocos permanecen instalados en el enigma y en la fascinación que provoca el hecho de que sus personalidades y sus contradicciones nunca hayan sido desveladas y entendidas completamente. Thomas Edward Lawrence es uno de estos nombres ilustres.

domingo, 22 de diciembre de 2013

El dios Odín: una pequeña aproximación a su origen.


Odín es uno de los dioses más interesantes del panteón escandinavo (y germánico si generalizamos). Es el principal dios de dicho panteón, aunque esto no siempre fue así, pues suplantó en el transcurso de los primeros siglos de nuestra era a Tyr en el papel de dios soberano, tomando para sí características y áreas de actividad que antes habían pertenecido a este dios y a otros. El nombre de Odín, junto con sus homónimos de otras regiones (antiguo nórdico: Óðinn, antiguo alto alemán: Wôdan, antiguo inglés o anglosajón: Wōden), tiene su orígen etimológico en una antigua palabra indoeuropea, concretamente proto-germánica, que hacía referencia al posible “ancestro” de este dios al que se le hacía culto: *Wōđanaz. Según nos comenta Enrique Bernardez en “Los Mitos Germánicos” dicho nombre significaría algo así como “El que posee el furor”. En principio pensaríamos en el furor guerrero pero su significado va más allá, se refiere al estado de trance vinculado con las prácticas adivinatorias de estos antiguos pueblos, con la magia y el contacto con los muertos pero también con la inspiración y el arrebato poético. Se piensa que Odín en un principio sólo era el dios de los muertos, de los caídos en combate, quizá uno de varios dioses de los muertos pues los otros (en concreto diosas) se encargarían de otra clase de muertos, fallecidos en otro tipo de circunstancias no vinculadas al combate. Por otra parte, cuando Tácito nos habla de los dioses de los germanos, siempre nos los cita comparándolos con los que él ya conoce, los grecolatinos, por ello a Odín los relaciona con Mercurio. Algunas de las funciones de ambos dioses coinciden plenamente (ambos son psicopompo, es decir, se encargan de conducir a las almas de los muertos al más allá, en el caso de Odín mediante las valkirias. También ambos son dioses muy viajeros, adoptando vestimentas muy parecidas en sus viajes, ya sea con capas o capuchas), sin embargo otras funciones no coinciden: Mercurio era dios de los mercaderes, función que Odín no tiene. Por otra parte, aunque los dos conducen a los muertos al más allá o al inframundo, Mercurio no hace distinciones como si las hace Odín.

Petroglifos de Tanum, Suecia (Edad del Bronce). ¿Wodanaz, el "ancestro" de Odín?

“El padre de todos” (Alföðr) como también era conocido, junto con otros tantos nombres, era el dios de la poesía, de la muerte, del conocimiento y de la guerra. Pertenecía al grupo de dioses conocidos como Ases, en contraposición al otro grupo de dioses denominados Vanes. Los primeros serían dioses vinculados con la aristocracia escandinava, las castas guerreras y los ambientes cortesanos, mientras que el segundo grupo estaría más relacionado con el mundo de los campesinos, las cosechas y todo lo concerniente al pueblo llano.
Como decimos, Odín recibe numerosos nombres que aluden a sus características más comunes como dios tutelar y soberano y que hacen referencia a numerosos mitos en los que él participa o tiene un papel importante. Algunos de ellos son: Hnikarr (“que inflama”), Kialarr, (“destructor”), Blindi (“el ciego”), ðhöttr (“capucha larga”), Veratðr (“dios de los hombres”), Göndlir (“el que tiene el bastón mágico”), etc. Los nombres muestran diferentes facetas del carácter de Odín, o algo de la diversidad de sus actividades: el dios de la guerra y el dador de la victoria, el dios de la magia, el dios siniestro, el dios terrorífico y espantoso, incluso, como decía, algunos nombres encierran mitos en sí.
En cuanto a su apariencia física, normalmente tomando ejemplos de representaciones tardías, se le imaginaba como un hombre de edad madura o avanzada, tuerto, y que porta una lanza denominada Gungnir (La palabra significa la producción de un violento temblor o sacudida, puesto que, supuestamente, sacudía con viveza a cualquiera que era golpeado por ella. Según la mitología fue fabricada por los hijos de Ivald (los enanos), y fue dada a Odín por Loki en compensación por el robo del pelo de Sif, mito que veremos llegado el momento). También se le solía representar montado sobre su caballo Sleipnir, de ocho patas (algunos autores defienden que el caballo divino no tenía ocho patas y que si se le representaba así era simplemente para resaltar su facultad de correr a enormes velocidad y de elevarse por los cielos).


Bibliografía.

  • BERNARDEZ, Enrique. Los mitos germánicos. Madrid: Alianza, 2010. Alianza Ensayo.
  • TÁCITO. Germania.

jueves, 19 de diciembre de 2013

La nueva cara de Stonehenge.

Se ha logrado a partir del cráneo de un hombre del neolítico que murió entre 3.630 y el 3.360 a. C., en Wiltshire el lugar donde se erigiría el anillo. Se expone en el nuevo Centro de Visitantes que se inaugura hoy.


Los restos del hombre del neolítico fueron hallados en 1863 en Winterbourne Stoke, Wiltshire, en la zona en la que se erige ahora el mítico conjunto de Stonehenge. Los arqueólogos y antropólogos concluyeron tras varias pruebas de radiocarbono que se trataba de uno de los moradores de la llanura de la región de Salisbury en el primer Neolítico, y que murió hace unos 5.500 años, un hecho de relevancia para los expertos, ya que el lugar de asentamiento se eligió 1.000 antes del anillo de Stonehenge, lo que significaría que ya tenía un significado especial ante de que se construyera. Ahora, un equipo de forenses ha puesto cara al primitivo bretón utilizando información obtenida del análisis de los huesos que además dará la bienvenida a los miles de turistas en el nuevo Centro de Visitantes construido en Stonehenge que se inaugura hoy y será expuesta junto al cráneo original. El nuevo edificio de Denton Corker Marshall ha costado 32 millones de euros y sustituye al antiguo recinto que databa de los años 60 y que dejará de usarse.

La reconstrucción facial es la más realista que se ha hecho hasta ahora, aunque existan opiniones diferentes sobre si es la más precisa, ya que los responsables de su apariencia final han reconocido que el color de sus ojos y pelo es una suposición que consideraban la “más probable” y no se sustenta en ninguna evidencia. No obstante, los forenses sí se han basado en pruebas científicas realizadas sobre su esqueleto para mostrar un hombre de en torno a 25-40 años de edad, esbelto, que debió pertenecer a la élite de su época. Sus huesos, bastante bien conservado, son poco habituales en restos de una época tan antigua, lo suficiente para obtener incluso muestras dentales que permiten obtener información valiosa sobre su paradero a lo largo de su vida. 
Así a través del estudio del esmalte de sus dientes los científicos aventuran que nació en el sudoeste de Inglaterra o aún más probable en el oeste de Gales, y que desde allí se trasladó con su familia a la edad de dos años a una zona con presencia de caliza, probablemente Wiltshire, el área de Stonehenge, lugar que abandonaría a la edad de nueve y al que volvería de nuevo con unos 11 años.

El estudio de su dentadura ha proporcionado otras evidencias que permiten conocer más aspectos sobre la vida de los primeros hombres de Bretaña del neolítico, aunque los expertos aseguran que se trataba de un hombre cuya estatura de uno 1,72 cm era superior a la de entonces 1,67 -la media actual en Inglaterra es de 1,76 cm-. Además, a diferencia de otros habitantes de esa época el análisis de isótopos de nitrógeno en sus dientes permite aseverar que su dieta era alta en proteínas animales -cabras, ciervos, cordero-. 
Se sabe que no sufrió ninguna enfermedad grave ni lesiones pero que murió relativamente joven de forma repentina. Su grandilocuente enterramiento dado el periodo le caracterizan como un personaje de importancia en la comunidad semi-nómada de su tiempo.

Su origen probablemente galés y sus estancias en Wiltshire permiten establecer junto con las piedras denominadas bluestones utilizadas en la construcción del anillo de Stonehenge también originarias de Gales un vínculo con el lugar, y que ya antes de erigirse el monumento se llevaron a cabo rituales, lo que significa que tenía una importancia especial con anterioridad a su construcción.

(Fuente: La aventura de la Historia. Autor: Julio Martín Alarcón).

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Historia en la pantalla: El Reino de los Cielos (2005, Ridley Scott)

FICHA
Director: Ridley Scott
Año: 2005
Guión: William Monahan
Música: Harry Gregson-Williams
Fotografía: John Mathieson
Reparto: Orlando Bloom ---- Balian de Ibelin
            Eva Green ----------- Sybilla
           Jeremy Irons -------- Tiberias
           Liam Neeson -------- Godofredo de Ibelin
           Marton Csokas ------ Guy de Lusignan
           David Thewlis -------- Hospitalario
           Ghassan Massoud ---- Saladino
           Brendan Gleeson ----- Reinaldo de Châtillon
           Edward Norton ------ Rey Balduino IV
           Alexander Siddig ----- Nasir
           Michael Sheen ------- Sacerdote
           Velibor Topic -------- Almaric

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lunes, 16 de diciembre de 2013

La Alquimia, el arte de la transmutación (Parte II: Dos alquimias dentro de una: la exotérica y la esotérica).



  • Dos alquimias dentro de una: la exotérica y la esotérica.

Dentro de la alquimia propiamente dicha existen, digamos, dos tipos de alquimia: una externa y otra interna, una exotérica y otra esotérica. La primera de ellas, a la que podríamos llamar "Alquimia pública", ya que es la más conocida, se basa en la búsqueda de la famosa piedra filosofal (o simplemente La Piedra), maravilloso material entre cuyos inefables poderes se cuenta la virtud de transformar los metales "viles", es decir, el hierro, cobre, zinc, plomo, mercurio, en metales preciosos: oro y plata. A veces, esta piedra es conocida también como el Disolvente Universal, y también algunas veces, erróneamente, como el Elixir de larga vida.
Sus practicantes no se diferenciaban, y posiblemente eran los mismos artesanos que poseían grandes habilidades para trabajar los metales. Incluso, muchas veces, estos pretendidos alquimistas exotéricos no eran más que estafadores que intentaban aprovecharse de los incautos, lo cual fue causa de muchas de las persecuciones a que se vio sometida la alquimia y de buena parte de su descrédito. La existencia de estos falsos alquimistas no quiere decir, sin embargo, que no hubiera otros alquimistas exotéricos honestos y entregados lealmente a su labor, dedicando toda su vida a la búsqueda de estas panaceas que, a juzgar por los libros, casi nunca llegaron a conseguir.

Sin embargo, la vertiente más interesante sin duda es la alquimia esotérica, la cual es más una filosofía y un arte, incluso un medio para buscar la transmutación interior del propio alquimista. Veamos en qué consistía.

domingo, 15 de diciembre de 2013

El Símbolo y el Arte

Probablemente fue Aristóteles el primero en darse cuenta de que los procesos cognitivos de los seres humanos están basados fundamentalmente en las imágenes. Cuando el hombre asimila la realidad a través de los sentidos, se forma automáticamente una imagen o conjunto de imágenes asociadas a la percepción, que serán convenientemente transformadas por nuestro cerebro en recuerdos útiles para afrontar futuras experiencias similares a través del mecanismo más exitoso de nuestra evolución cerebral: la asociación, una habilidad tan simple como necesaria para la supervivencia.

Debido a que somos seres sociales por naturaleza, es fundamental que podamos compartir nuestras experiencias con el resto de los seres humanos, para así entretejer vínculos con los que mejorar y enriquecer nuestra existencia. Pero si las experiencias se procesan a través de las imágenes, ¿cómo compartir mediante la palabra una vivencia o un recuerdo, algo que es, por definición, una interpretación personal de la realidad mediante los sentidos? Precisamos de elementos abstractos que sean síntesis eficaz de la experiencia y que, a su vez, generen un proceso asociativo universal que provoque la misma emoción sobre todo aquel que los percibe. Este elemento abstracto es el símbolo.


Mandala tibetano. Los mandalas son una representación simbólica del cosmos y del microcosmos para los budistas e hinduistas.

Los símbolos forman parte de un patrimonio cultural que reside, como si de una información genética se tratase, en el inconsciente colectivo de los seres humanos (C. G. Jung, El hombre y sus símbolos, 1964). Por esta razón, porque son un instrumento que sirve al hombre para interpretar el mundo que le rodea y para intercambiar información con el resto de sus semejantes, juegan un papel fundamental dentro de la Historia del Arte, entendido éste como la proyección psicológica del mundo interior del artista sobre un medio material (G. W. F. Hegel, Estética; T. Adorno, Teoría Estética, 1969) e incluso sobre el propio tiempo. 

Esta proyección necesita del símbolo como potente instrumento de expresión certera y directa, ya que, aún siendo un sencillo objeto abstracto, tiene la propiedad de desarrollarse en el alma de los seres humanos como un caleidoscopio de emociones intransferibles, algo por otra parte lógico, teniendo en cuenta que está hecho por y para el propio hombre. Desde los sarcófagos romanos a los iconos bizantinos, desde las portadas de las iglesias románicas hasta la pintura italiana del settecento, todas las obras de arte hacen en mayor o menor medida alusión a símbolos y mitos, y por tanto, se hace imprescindible contar con una formación básica al respecto con vistas a obtener una interpretación lo más completa y enriquecedora posible de las mismas.


Nacho del Val

jueves, 12 de diciembre de 2013

El asesinato de Ramsés III.

 
A pesar de lo que se suele creer, la vida en el antiguo Egipto no era una balsa de aceite, ni siquiera para los todopoderosos faraones. El mismo Akhenatón se queja en una de sus estelas de frontera de que su decisión de trasladar la capital a Amarna encontró oposición entre los miembros de la corte: “es peor que lo que escuché en el año 4; [...] es peor que lo que escuchó el rey Tutmosis IV y peor que lo que escucharon todos los reyes que han llevado] la corona blanca”.

¡Para que luego digan del poder omnímodo de los faraones! Pero estas críticas era lo mínimo a lo que se podían enfrentar los monarcas del valle del Nilo en cuestión de oposición. Cuando las cosas se ponían feas de verdad, su propia vida corría peligro. En realidad, a pesar de lo discretas que son las fuentes al respecto, pues siempre habían de mostrar al faraón como victorioso y perfecto, lo cierto es que conocemos más de una y de dos conjuras organizadas contra el señor de las Dos Tierras.

Que sepamos, el primero en sobrevivir a un intento de asesinato fue Pepi I, monarca de la VI dinastía que sufrió una conjura organizada por una de sus reinas desde el harén. Conocemos el suceso gracias a la autobiografía de Weni, a quien el monarca encargó que juzgara el caso. Menos suerte tuvo Amenemhat I, primer soberano de la XII dinastía, que murió asesinado por sus propios guardias, instigados por una de las mujeres del harén.

Las aventuras de Sinuhe y las Instrucciones de Amenemhat nos informan del acontecimiento. Un caso similar tuvo lugar en el año 30 del reinado de Ramsés III, durante la XX dinastía, cuando una bien tramada conjura organizada por una mujer del harén atentó contra la vida del rey de Egipto. Un caso cuyas amplias ramificaciones y participantes conocemos gracias a las actas del juicio, que se conservan en varios papiros, el más destacado de los cuales es el Papiro judicial de Turín.

Los conjuramos escogieron para llevar a cabo sus propósitos, nada menos que el trigésimo aniversario de la llegada al trono del soberano. Una fecha muy especial, porque con una esperanza media de vida al nacer de cuarenta y cinco años que tenían los egipcios, pocos eran los faraones que la alcanzaban…
 
(Fuente: La aventura de la Historia. Autor: José Miguel Parra).

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Los guerreros de Xian se inspiraron en las esculturas griegas.


Durante siglos impávidos, en perfecta formación, guardando el cádaver de su emperador. Son figuras de terracota pero a tamaño real, hasta el punto de que puede llegar a dar la sensación que van a cobrar vida…Las huestes con las que el primer emperador de China, Qin Shi Huang se acompañó en la muerte; el impresionante ejército de los guerreros de Xian habrían sido construido en el 200-209 a. C., como fruto del intercambio cultural entre griegos y chinos durante las campañas de expansión militar en los reinos de Asia de Alejandro Magno. Así lo creee Lukas Nikel, profesor del departamento de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres.
Las evidencias del investigador se basan en antiguos documentos recientemente traducidos en los que se mencionala fantástica historia de gigantescas estatuas que aparecieron en lejano oeste, inspirando al emperador para duplicarlas en frente de su palacio. El relato demostraría según Nikel, el contacto de ambas civilizaciones, que habría resultado en el deseo del emperador de duplicar no sólo las 12 gigantescas estatuas sino el de construir su propio ejército para su mausoleo.
Además, según apunta Lukas Nikel en un nuevo trabajo como informa la revista Live Science, no hay ninguna evidencia arqueológica de que se construyeran estatuas en China antes de Quin Shi Huang lo que sustentaría con más fuerza su hipótesis. El experto ha traducido antiguos documentos de China que se refieren a la historia de los 12 estatuas de gigantes envueltas en “vestimentas extranjeras” que aparecieron en Lintao en lo que se consideraba la parte más al a oeste de China, aunque la propia palabra “lintao” tiene el significado de “cualquier lugar del lejano oeste”.
Los documentos no explican cuándo se produjo este acontecimiento, quién los llevó a China o cómo eran exactamente, sólo se menciona su tamaño, 11 metros de alto, con unos pies de un 1,38. Impresionaron de tal forma al emperador, que decidió construir 12 duplicados en frente de su palacio, fundiendo armas de bronce para su construcción.

Las estatuas desparecieron con el tiempo y sólo se tiene constancia de ellas por los numerosos escritos en las que se mencionan, de hasta hace 1.400 años de antigüedad, ya estuvieron otros tantos años a la vista de todo el mundo, enfrente del palacio de los emperadores, justo lo contrario que ocurrió con los guerreros de Terracota, que al estar enterrados en un mausoleo secreto, se conservaron, pero no fueron mencionados en nigún escrito, ya que no fueron nunca públicos.

Para Lukas Nikel, el nivel de maestría de las estatuas del ejército de Terracota no pudo aparecer repentinamente -antes no había esculturas en China- ya que a los griegos les llevo siglos perfeccionar su estilo, sólo teniendo modelos del periodo helenístico de los que aprender, pudieron llevar a cabo la tarea. Después de la muerte del emperador, la dinastía Han que tomó el poder, abandonó la creación de esculturas de tamañano humano en favor de miniaturas de hombres, animales y objetos.

Obsesionado con la inmortalidad y temeroso de la muerte, los historiadores aseguran que el emperador Shi Huang llegó a buscar el exilir de la eterna juventud visitando la isla de Zhifu hasta en tres ocasiones, y que envió barcos cargados de hombres en busca de la mítica montaña Penglai.

Antes de que todo se mostrara inútil, la necesidad de escapar de los espíritus malvados por los que el emperador sentía pavor, le llevó a la construcción de numerosos pasadizos y túneles en su mausoleo, con el objeto de poder esconderese y escapar de ellos, y, en última instancia, a la concepción del célebre ejército que debería defenderle.

Su descubrimiento en 1974, de forma casual cuando se excavó para acometer una obra de regadío, sobrecogió al mundo entero por la magnificiencia y enormidad del conjunto de soldados, que no se limitan a simples moldes ya que el ejército cuenta con sus diferentes rangos -oficiales, tropa- con sus distintos uniformes y armas, y otors elementos como caballos y carros.

Mientras se siguen desenterrando nuevas tumbas y hallando más guerreros, la camara funeraria principal del emperador sigue sin ser descubierta. El emperador no dio pistas de su ubicación, al contrario, guiado por su cerval miedo a la muerte y el más allá estableció pistas falasas, así que el túmulo artificial donde se marca que está la tumba no es necesariamente el lugar exacto de la cámara principal.

No obstante, los investigadores creen tener una idea bastante exacta por medio de los restos de mercurio que han hallado, ya que según recogen las crónicas la tumba de Qui Shi Huang estaba rodeada de un río hecho del metal líquido. Hasta que se acbe de descubrir todo lo relativo al mausoleo del emperador las hipótesis de Lukas Nikel abren una nueva posible línea de investigación futura para seguir conociendo más sobre la fascinante historia y creación del tesoro arqueológico.
 
(Fuente: La aventura de la Historia. Autor: Julio Martín Alarcón).

martes, 10 de diciembre de 2013

Desvelan un tesoro arqueológico de la cultura pre inca Chimú del siglo XV

 
Los trabajos realizados en el yacimiento de Samanco, en la región desértica de Áncash, en la costa, en el norte de Perú, han proporcionado el hallazgo de una tumba de finales del siglo XV, antes de la conquista del imperio Inca por parte de los españoles. Los arqueólogos hallaron seis cuerpos de la cultura Chimú, que dominó la zona después de los mochicas, el Imperio Huari, hasta que fueron doblegados por el Imperio Inca hacia 1470.

Cuatro de los cuerpos hallados pertenecían a la élite, y se han asociado con la profesión de músicos de la época mientras que los otros dos fueron mujeres sacrificadas junto a los nobles. El descubrimiento hecho público ahora, aunque se excavó en agosto, ha levantado gran expectación entre los expertos, porque podría brindar nueva información sobre cómo fueron las relaciones entre el imperio Inca y las culturas que doblegaron como son los chimúes en este caso.

El yacimiento de Samanco es un complejo de alrededor de 3.500 metros cuadrados en donde se conservan ruinas andinas de hasta el siglo I a. C. De hecho, se data el origen de la cultura Chimú en torno al 900 a. C.

El nuevo hallazgo permite teorizar sobre las relaciones de ambas culturas ya que aunque los chimúes lucharon contras los incas antes de ser vencidos, el tipo de enterramiento sugiere que los nuevos gobernantes no impusieron sus costumbres, ya que el enterramiento guarda las características propias de los chimúes y no la de los incas. Además de los restos humanos se han hallado delicados tejidos, joyas e instrumentos musicales lo que indica que se trataban de músicos de la élite.
 

lunes, 9 de diciembre de 2013

El origen del término "kamikaze"

El significado más común que toma hoy en día esta palabra es la de “persona que se juega la vida realizando una acción temeraria”, acepción que se revitalizó en el imaginario colectivo cuando la prensa comenzó a denominar así al nuevo tipo de terrorismo suicida surgido tras los atentados del 11 de Septiembre (11S, 11M, 7J). Os invitamos a hacer un breve viaje en el tiempo para desgranar la curiosa génesis de este neologismo.


Kamikazes del s. XXI: terroristas de Al-Qaeda impactan contra las Torres Gemelas el 11 de Septiembre de 2001.

Nuestra primera parada nos lleva a la Segunda Guerra Mundial, concretamente al frente del Pacífico, donde Japón y Estados Unidos dirimían sus diferencias manu militare después de que el Presidente Roosevelt declarara la guerra al país nipón como consecuencia inmediata del ataque contra la base militar de Pearl Harbor en diciembre de 1941.

La superioridad del ejército norteamericano, patente ya desde la batalla de Midway, obligó a los japoneses a emprender acciones desesperadas. El 19 de Octubre de 1944 se crea el Grupo Especial de Ataque Shinpū, un grupo de ataque suicida formado por cuadrillas de cazas Zero pertenecientes a la Armada Imperial Japonesa, a los que se le incorporaron bombas de 250 kilos a fin de aumentar su potencia de ataque. El objetivo era ralentizar el avance de la flota norteamericana, que progresaba cada vez con más determinación hacia la bahía de Tokio.


Pero, ¿qué fuerza interior motivaba a éstos kamikaze a actuar? ¿Qué les impulsaba a sacrificar su propia vida en los ataques? Como casi siempre en este tipo de situaciones, la respuesta es clara: una mezcla de sentimiento nacionalista y religioso. Desde la restauración Meiji, hito que la historiografía actual establece como punto de inflexión a partir del cual Japón entra en la modernidad, la religión sintoista (la religión nativa del país nipón) orbitaba en torno al culto absoluto a la figura del Emperador, al cual se juraba proteger incluso con la propia vida. Tanto el fuerte sentimiento nacionalista, presente en cada pequeño detalle de la vida cotidiana de los japoneses, como la inminencia de la invasión insular por parte de los norteamericanos, fueron los verdaderos motores que impulsaron al Grupo Especial de Ataque Shinpū a emprender acciones suicidas contra la flota americana con el objeto de infligir el mayor daño posible. Además, debemos tener en cuenta que la potencia de la artillería antiaérea instalada sobre los navíos estadounidenses había elevado la mortandad entre los pilotos nipones “clásicos” (aquellos que se aproximaban a la flota enemiga para hacer barridos de ametralladora o soltar cargas explosivas); los kamikaze, ajenos al pavor que provoca la inminencia de la muerte, se convirtieron en un grave peligro para la integridad de la Armada.


En la imagen superior, piloto nipón ciñéndose a la cabeza una cinta con la “bandera del sol naciente”, símbolo de la Armada Imperial japonesa. Los pilotos practicaban antiguos rituales “samurai” antes del despegue.

Abajo, imagen de los ataques kamikaze efectuados contra el portaviones norteamericano USS Bunker Hill (Batalla de Okinawa, 11 de Mayo de 1945): Dos pilotos suicidas al mando de sendas aeronaves clase “Zero” hacen blanco sobre la cubierta con menos de 30 segundos de diferencia. En el ataque murieron 380 militares estadounidenses, la cifra más alta causada por un ataque kamikaze en toda la Segunda Guerra Mundial.


Así, convertidos en auténticas bombas volantes, los pilotos del Grupo Especial de Ataque Shinpū hundieron o causaron graves daños estructurales a aproximadamente unos cien navíos estadounidenses (entre los que se cuentan portaviones, acorazados, cruceros y destructores). A pesar de ello, no pudieron hacer frente a los ataques masivos que los americanos practicaron en batallas tan decisivas como Iwo Jima u Okinawa: como es bien sabido por todos, Japón se rendiría sin condiciones el 14 de Agosto de 1945, apenas una semana después de que dos B-29 Superfortress lanzaran sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

Durante el conflicto, los traductores estadounidenses se refirieron a estos ataques suicidas mediante el término “kamikaze”, una voz que en japonés quiere decir literalmente “viento divino”. Sin embargo, no era la primera vez que esta palabra aparecía en la historia del Japón.


Para comprender su origen real debemos remontarnos al s. XIII, concretamente al periodo comprendido entre 1274 y 1281. Desde el s. VI hasta nuestros días, las islas niponas han sufrido únicamente dos intentos de invasión importantes. El más reciente fue la anteriormente citada ofensiva norteamericana en el marco de la Segunda Guerra Mundial. La otra tentativa fue acometida por el Imperio Mongol a finales del s. XIII.

En el año 1271 Kublai Kan es investido Emperador de China en ceremonia solemne; se convierte así en el dueño y señor de un territorio que sobrepasa los 36 millones de kilómetros cuadrados (la mayor parte del actual continente asiático), herencia de las conquistas llevadas a cabo por el gran Gengis Kan, su abuelo. Sin embargo, el nuevo emperador quería más. Poco tiempo después de su nombramiento mandó emisarios a las islas japonesas con un mensaje tajante: en él se sugería a Japón que se integrara voluntariamente en la órbita del Imperio Mongol, pues de lo contrario sería el propio Imperio quien se encargaría de integrarlo por la fuerza.

Dos negativas de los soberanos nipones fueron motivo más que suficiente para que Kublai Kan considerara su actitud díscola como un más que justificado casus belli; así, en el año 1274 una flota de setecientos navíos mongoles pone rumbo hacia las islas japonesas con intención de someterlas por las armas.


Arriba, el Kublai Kan, nieto de Gengis Kan, bajo cuyo mando se intentó la conquista del Japón. En su corte de Pekín, fin de la famosa Ruta de la Seda, fue recibido el explorador veneciano Marco Polo. En la fotografía inferior, samuráis nipones abordan una embarcación mongola.


Afortunadamente para los japoneses, el destino quiso que un tifón de enormes proporciones se desatara sobre las costas niponas; este viento huracanado causo graves daños a la flota mongola, que se vio obligada a abandonar la empresa por falta de efectivos. Los japoneses interpretaron el fenómeno climatológico como un guiño de los dioses hacia el pueblo, y lo denominaron “viento divino” (en japonés, “kamikaze”). En efecto, es a partir del s. XIII, y en este curioso contexto, cuando comienza a utilizarse ampliamente este vocablo, término que evolucionaría hasta referirse, primero, a los pilotos nipones que durante la Segunda Guerra Mundial sacrificaron su vida en pos de una golpe heroico que provocara el mayor número de bajas en el enemigo, y más adelante, generalizándose a cualquier acción temeraria en la que se pone en juego la propia vida de la persona que la causa.

Desentierran una ciudad de hace 4.500 años en China.


Una ciudad del periodo Neolítico, de unos 4.500 años según los arqueólogos, fue desenterrada la semana pasada en la provincia de Anhui, en China. El yacimiento conocido desde 1980 cuando fue por primera vez localizado se consideraba un pequeño asentamiento pero ahora las excavaciones en el lugar han dado con un muro trapezoidal que indica que se trataba de una urbe. 
El equipo de arqueólogos de la Universidad de Wuhan, China, ha explicado que además de la muralla se han encontrado un gran número de casas tal y como informaron a la agencia china Xinhua. Entre las ruinas se han encontrado objetos que van desde el neolítico hasta la dinastía Han, de hace unos 2.000 años, incluyendo cabezas de ciervo, caparazones de tortuga, y semillas de trigo y arroz.

La ciudad se suma al hallazgo esa misma semana de una fosa común también del neolítico en las ruinas de Shimao en la que se han encontrado hasta 80 calaveras de mujeres y niños en lo que se ha calificado como un ritual de sacrificio. Los cuerpos no fueron encontrados lo que evidencia el caracter ritual del enterramiento. Los antropólogos han explicado que este tipo de sacrificios se empleaba a menudo con enemigos y sacriificios.

El yacimiento de Shimao fue descubierto cuatro años antes que el de Nanchengzi, en 1976 y su ciudad amurallada de piedra es la más grande del periodo encontrada en China. 
Los arqueólogos creen que se construyó hace unos 4.300 años y abandonada tres siglos después durante la dinastía Xia. Las calaveras del sacrificio ritual halladas ayudarán a comprender y estudiar las prácticas religiosas y las técnicas de contrucción de los moradores del Río Amarillo.

domingo, 8 de diciembre de 2013

La Alquimia, el arte de la transmutación (Parte I: Introducción y origen).




Numerosas han sido las veces que hemos oído esta palabra, muchos de vosotros, seguro, sin tener claro realmente lo que significa. El sólo término nos hace imaginar algo misterioso y esotérico, envuelto en un halo nebuloso que no deja ver mucho más allá. La alquimia es sin duda un tema de investigación fascinante y atrayente, del que hay una cantidad ingente de bibliografía; por ello, intentaremos hacer una disección explicatoria de esta práctica milenaria. La explicaremos como lo que realmente es, despojándola de los tópicos que se han ido creando alrededor de la misma y ahondando en su esencia primigenia, en su verdadero origen, viendo como fue evolucionando a lo largo de los siglos hasta su periodo de auge en el XVI y XVII y su posterior declive en el Siglo de las Luces.

Para que este monográfico sea más agradable de leer y menos cansado, puesto que su extensión va a ser considerable, voy a dividirlo en varias entregas. Eso sí, intentaré que no haya un espacio de tiempo muy prolongado entre cada una de ellas. Dicho esto como nota introductoria, veamos un índice de lo que nos espera en este viaje hacia la alquimia:

  • Introducción.
  • El origen de la alquimia.
  • Dos alquimias dentro de una: la exotérica y la esotérica.
  • El instrumental alquímico y el trabajo del alquimista.
  • La alquimia en el Medievo.
  • Su auge: siglos XV, XVI y XVII.
  • Su declive: siglo XVIII.
  • La alquimia hoy. 
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  • Introducción.

Para comenzar con nuestro monográfico veamos, a título introductorio, qué nos dice el historiador del arte y estudioso de la tradición Titus Burkhardt, en su obra Alquimia:
"Desde el Siglo de las Luces, la alquimia ha sido considerada como precursora de la química moderna y, por tanto, casi todos los investigadores que se han ocupado de ella se han limitado a buscar en sus escritos el punto de arranque de los posteriores descubrimientos de la Química. Este enfoque unilateral ha permitido, por lo menos, sacar a la luz un cúmulo de antiguas prácticas artesanas para la preparación de metales, colorantes y vidrio, escogidas de entre unos procesos aparentemente absurdos que, sin embargo, desempeñaban el papel más importante en la alquimia propiamente dicha. El que tal legado fuera en realidad copioso hacía más inexplicable aún aquel tenaz apego de los alquimistas a las fórmulas de su «magisterio» que, desde el punto de vista químico, eran del todo insensatas. La única explicación consistía en suponer que el irresistible deseo de obtener oro ha tentado una y otra vez a los hombres a creer en fórmulas fantásticas que, si bien se mira, no son sino la aplicación práctica de la antigua filosofía natural, entreverada de supersticiones; algo así como si se hubiera tratado de infundir en el cuerpo la «materia prima» aristotélica de todas las cosas mediante una combinación de toscas operaciones manuales y mágicos conjuros. A nadie le pareció inverosímil que, del engaño en el error y del error en el engaño, un «arte» semejante pudiera extenderse y prosperar en las más diversas civilizaciones de Oriente y de Occidente durante cientos e incluso miles de años.

Y es que existía el convencimiento de que, hasta unos doscientos años atrás, la Humanidad había estado aletargada y hasta aquel momento no había despertado al claro entendimiento. Como si el entendimiento pudiera experimentar una especie de desarrollo biológico. Este concepto de la alquimia queda desmentido por el carácter unitario del «arte», pues la descripción que se hace de la «Gran Obra» en los textos alquímicos de los siglos y ámbitos culturales más distintos presenta unos rasgos fundamentales constantes, que no pueden calificarse de empíricos. La alquimia india tiene la misma esencia que la de Occidente, y la china, aunque dentro de un marco espiritual completamente distinto, guarda cierta similitud con ambas. Si la alquimia fuese pura fantasmagoría, su lenguaje llevaría el sello de la arbitrariedad y la insensatez; mas, por el contrario, tiene todos los rasgos de una auténtica tradición, es decir, de una enseñanza orgánicamente coordinada, aunque en modo alguno esquemática, y unas reglas invariables, confirmadas una y otra vez por sus maestros. Por tanto, no puede ser una hibridación ni una especie de casualidad en la historia de la Humanidad, sino que debe de anunciar una fe profundamente arraigada en las posibilidades del espíritu y del alma".


  • El origen de la alquimia

La alquimia es un arte tan antiguo como la propia humanidad. Su nacimiento puede fijarse dentro de la primera "industrialización", es decir, con la aparición del Neolítico. Cuando los primeros pobladores del mundo dejaron de preocuparse exclusivamente por sobrevivir, y empezaron a reunirse en comunidades, surgió lo que se ha dado en llamar la primera civilización urbana.
Fue en su seno donde nacieron los primeros oficios, junto con la agricultura y el pastoreo: la carpintería, la metalurgia, la alfarería, la fabricación de tintes y colorantes. Sus técnicas eran simples pero funcionaban. No existía una ciencia como tal: los métodos no habían sido fruto de la investigación, sino de la casualidad y de la observación de la naturaleza. Y en todos ellos se hallaba presente la magia, esa magia característica de los pueblos primitivos, que quería que cada elemento común al hombre tuviera su dios particular, tanto en las cosas del cielo como en las de la tierra. Pronto el ser humano comenzó a dotar a cada elemento de la naturaleza de un espíritu o genio. Ríos, árboles, animales, metales, todo comenzó a adquirir un ente propio, inseparable, y que llegaría a formar la esencia misma de dicho objeto. Pero no sólo este tipo de elementos, sino también los celestes, donde planetas y estrellas se comenzaron a ver como entidades superiores, cuasi conscientes; así fue como surgiría las astrología, la cual, como veremos, estaría muy ligada a la alquimia.
Al principio se trata, por supuesto, tan sólo de una alquimia infusa, que ni siquiera merece el nombre de tal, y que está basada en una serie de ideas puramente intuitivas: la unión de dos metales produce otro distinto y donde el tratamiento de un metal puede hacer variar su color y sus características. Todos estos fenómenos eran fácilmente interpretados por los antiguos como transmutaciones, no como distintas apariencias de un mismo metal. Y esto, naturalmente, se puede aplicar a todos los metales, incluso los considerados como preciosos.

Así empieza a desarrollarse el embrión de una idea de la que nacerá después el primitivo espíritu de la alquimia: la de "aumentar" el oro, la de conseguir cambiar otros metales en oro, ya que el oro es el metal precioso y noble por naturaleza, y uno de los más codiciados también.

Representación de un alambique en un tratado árabe sobre alquimia.

Las primeras huellas de la alquimia aparecen ya en Mesopotamia y Egipto. No obstante, el documento más antiguo sobre el particular se considera que es un edicto chino del año 144 a.C., en el cual el emperador Wen castigaba con la pena de ejecución pública "a los monederos falsos y falsificadores de oro", puesto que, según los comentaristas contemporáneos del edicto, últimamente se había registrado la fabricación de mucho "oro alquímico", que no era en realidad tal oro. Otros historiadores de la Alquimia afirman por el contrario que el libro más antiguo sobre el particular es el griego Physika, de Bolos de Mendes, escrito aproximadamente en el siglo II a.C., y en el que se describe cómo fabricar oro, plata, gemas y púrpura, con fórmulas y recetas obtenidas de otras fuentes más antiguas procedentes de Egipto, Persia, Babilonia y China.

Pero aunque fuera ya conocida de los egipcios y de los griegos, es a través de los árabes que la Alquimia toma su forma definitiva, a través de la cual pervivirá durante tantos siglos y llegará hasta nosotros. A ellos se debe incluso su propio nombre, ya que la palabra Alquimia proviene del vocablo árabe al-Kimia, en el que la partícula "al" es el artículo definido mientras que "Kimia" significa arte, por lo que cabrá traducir la etimología de la palabra como "El Arte". Precisamente la alquimia era considerado por muchos alquimistas como el Gran Arte o Ars Magna. Pero los problemas comienzan a aparecer cuando se intenta averiguar en qué se basaron los musulmanes, que recibieron la alquimia de la tradición greco-egipcia, para denominar a esta encriptada disciplina.
Para muchos estudiosos, kimia provendría directamente de la palabra kemt o kemet, la cual significa “tierra negra”, y es el nombre que los antiguos egipcios daban a su propio país para resaltar la fertilidad del oscuro terreno aluvial regado por el Nilo. Si esto es así, alquimia significaría, sin más, “arte egipcio” o bien, de forma más poética, “arte del país de la tierra negra”.
No obstante, para otros, la palabra posee su origen en la lengua griega o en otro idioma, distinto al egipcio, en todo caso. Alquimia vendría de khemeia, vocablo griego derivado, a su vez, de khumus, que se usaba para denominar la savia o el jugo de las plantas, por lo que significaría algo así como “arte de extraer jugos”. Si en lugar de una planta, la esencia o jugo extraído fuese el de un metal, la palabra khemeia podría relacionarse a su vez con “metalurgia”, y en este sentido, parece que estamos ante otra posible etimología, igual de válida que la anterior, que hace derivar el vocablo en cuestión del verbo griego chyma, que significa curiosamente “fundir”.

Sea como fuere, la verdad es que no existe un consenso sobre las raíces ciertas del término. Esto no ha de sorprendernos puesto que los mismos alquimistas siempre trataron de ocultar, disfrazar o encriptar la verdadera naturaleza, la verdadera esencia de su arte, manteniéndolo alejado de cualquier persona o colectivo ajeno a esta disciplina.

Y hasta aquí la introducción, seguiremos en unos días con la siguiente entrega ;)


Keltos.


viernes, 6 de diciembre de 2013

El Tetramorfos

Entre las diversas manifestaciones artísticas del medievo europeo (ya sea en portadas, frescos o códices miniados), es frecuente encontrar como tema recurrente la imagen del Tetramorfos, la cual va a ser el motivo de análisis de esta nueva entrada dedicada al apasionante campo de la simbología e interpretación artística.

El Tetramorfos (del griego tetra (cuatro), morfo (forma)), es una representación iconográfica que consta de cuatro elementos diferenciados. Debido a que nuestras raíces culturales derivan en gran medida del cristianismo, la representación tetramórfica que más se recoge en los edificios y objetos decorativos del viejo continente es aquella formada por los Cuatro Apóstoles, de forma similar a la que se muestra en la figura inferior:


 Representación del Tetramorfos, con el Agnus Dei (Cordero de Dios) en el centro.
Talla medieval en marfil.

- El Ángel se asocia con Mateo, debido a que su evangelio comienza haciendo un repaso al linaje ancestral de Cristo. Además simboliza el amor.

- El León se identifica con Marcos, cuyo evangelio comienza hablando de la “voz que clama en el desierto”, refiriéndose a Juan el Bautista, cuyo “rugido” en las arenas del desierto se asocia al león. Simboliza el poder.

- El Toro se asocia a Lucas, pues su evangelio se inicia narrando el sacrificio realizado por Zacarías, padre de Juan el Bautista. Simboliza la fuerza.

- Por último, el Águila hace referencia a la figura de Juan, ya que su evangelio, al ser el más abstracto y metafórico, de alguna manera se “eleva” sobre los demás, lo que invita a relacionarlo con el vuelo y visión perspectiva del águila. Simboliza la inteligencia.

Sin embargo, nuestro objetivo no es tan sólo el meramente descriptivo. Lo que nos proponemos en esta entrega es realizar una pequeña labor de investigación, en la que trataremos de encontrar los orígenes que fundamentan el tetramorfos cristiano a través de un viaje hacia atrás en la Historia y el tiempo.

Los símbolos no nacen por generación espontánea. Normalmente, la forma final de un símbolo ha sufrido un lento proceso de génesis y transformación en el que, en la mayoría de los casos, toma elementos no sólo de la cultura a la cual pertenece, sino también de otras con las que directa o indirectamente ha mantenido algún grado de relación. Algunos símbolos que en principio pudieran parecer estandartes de una cultura determinada resultan ser, tras un estudio más detenido, una reinterpretación de uno ya existente en otra cultura con la cual, de uno u otro modo, mantuvo algún nivel de interacción en algún momento de su historia.

Necesariamente nuestro viaje ha de comenzar acudiendo a la fuente canónica por antonomasia de la imaginería católica: la Biblia. En el Apocalipsis (s.I-II d.C) ya se hace mención al tetramorfos, concretamente en el capítulo cuarto, donde se describe una visión del Pantocrátor rodeado por los símbolos de los apóstoles en la forma citada anteriormente. No obstante, no se trata ésta de una imagen genuina en absoluto: por el contrario, se toma prestada de un libro bíblico muy anterior, en concreto del quinto de los libros proféticos: el Libro de Ezequiel. El Apocalipsis es una obra de carácter escatológico, y como tal está escrito mediante el uso de un lenguaje eminentemente simbólico y metafórico, casi críptico, cuajado de continuas referencias eruditas a pasajes procedentes de libros canónicos, habiendo siendo particularmente influido por imágenes previamente presentadas por el profeta Ezequiel.

Retrocedamos pues ocho siglos en la historia del pueblo hebreo hasta el s.VI a. C; es en el capítulo primero del Libro de Ezequiel (el referente a la visión del carro de fuego), cuando por primera vez se referencia la versión del tetramorfos mas extendida en la iconografía cristiana:

Ezequiel, c1, v4: “Yo miré. Vi un viento huracanado que venía del norte, una gran nube con fuego fulgurante y resplandores en torno, y en el medio como el fulgor del electro, en medio del fuego. Había en el centro como una forma de cuatro seres cuyo aspecto era el siguiente: tenían forma humana. Tenían cada uno cuatro caras, y cuatro alas cada uno [...] En cuanto a la forma de sus caras, era una cara de hombre, y los cuatro tenían cara de león a la derecha, los cuatro tenían cara de toro a la izquierda, y los cuatro tenían cara de águila. Sus alas estaban desplegadas hacia lo alto…”



 El Profeta Ezequiel. Miguel Ángel, Capilla Sixtina (Roma).

Pero, ¿por qué elige Ezequiel esa metáfora en particular? En este caso, según cuenta el propio profeta en la introducción a su obra, el símbolo nace de una visión, una manifestación inconsciente fruto de un conocimiento adquirido de manera involuntaria  ¿Qué inspiraba pues la imaginación del profeta? Lo primero que debemos resolver es el contexto histórico y el marco temporal en el que se encontraba. La época en la que fueron escritas estas palabras fue crítica para el pueblo de Israel. En el año 598 a.C sube al trono de Judá el rey Joaquín (también conocido como Jeconías). Tan sólo un año después, en el 597, Nabucodonosor II el Grande, rey de Babilonia, invade el reino de Israel y toma previo asedio su capital, Jerusalén, destruyendo el mítico Templo de Salomón, haciendo prisioneros al propio Joaquín y a miles de ciudadanos y prebostes de la corte, a los cuales deporta a Babilonia en un exilio sin precedentes que se extendería durante décadas. Uno de esos prisioneros fue precisamente Ezequiel (del hebreo: Yejez·qé', que significa “Dios Fortalece”), joven perteneciente a un destacado linaje sacerdotal, que con el tiempo llegaría a ser un eminente teólogo y una de las figuras icónicas de la historia del pueblo hebreo. Según cuenta él mismo, “en el año quinto de la deportación del rey Joaquín, en el año treinta, del día cinco del cuarto mes” (contaba pues con treinta años de edad), y “estando entre los deportados a orillas del río Kobar” (afluente cercano al Éufrates, río que atravesaba Babilonia de Norte a Sur), es llamado por Yahveh al cargo de profeta entre los exiliados en Babilionia, posición prominente que ocuparía durante muchos años.


“Jeremías lamenta la destrucción de Jerusalén.” Rembrandt, óleo sobre tabla, 1630 (Rijksmuseum, Ámsterdam.) Jeremías, profeta coetáneo a Ezequiel, sufrió también la toma de Jerusalén, la cual había anticipado años atrás. La caída de la ciudad fue interpretada como un castigo divino por la corrupción y degradación en la que se hallaba inmersa la clase dirigente hebrea.

Tenemos pues al profeta ubicado ya en un marco espacial, temporal y cultural desde el cual interpretar su obra. Para ello, es preciso en este punto abandonar las fuentes bíblicas para asomarnos a las culturas de los pueblos que de una u otra forma influían la cultura hebrea del momento.

Algunos estudiosos afirman con contundencia que las visiones de Ezequiel estarían inspiradas en el zodiaco babilónico. El zodiaco se refiere a una banda imaginaria trazada sobre la esfera celeste, que se extiende de ocho a nueve grados a ambos lados de la eclíptica (línea aparentemente recorrida por el sol a lo largo de un año con respecto al fondo inmóvil de las estrellas), por la que transcurre el movimiento del sol y los planetas. Los babilonios, grandes astrónomos y matemáticos - el ziggurat de Babilonia (la mítica Torre de Babel) era por aquel tiempo el mayor centro astronómico del mundo - fueron los primeros que dividieron esta banda en doce partes iguales, siendo cada una de ellas un segmento del cielo de una extensión de treinta grados de arco (30ºx12=360º), bautizadas bajo el nombre de las doce constelaciones más destacadas que veían en cada uno de dichos segmentos, a las cuales asignaron nombres de animales. Esta región zodiacal subdividida en doce partes iguales se venía utilizando como calendario ya desde el s.XX a.C. Los griegos copiaron el sistema, y de ahí el nombre de zodiaco (del griego zoos, animal), que ha permanecido prácticamente inalterado hasta nuestros días. Puesto que Ezequiel se encontraba cautivo en Babilonia en el periodo en el que escribió su libro profético, es lícito pensar que pudiera inspirarse en el zodiaco para elaborar su tetramorfos; el hombre alado sería Acuario, el León se identificaría con Leo, el toro correspondería a Tauro y el águila se asignaría la figura de Escorpio.

A pesar de la solidez de esta teoría, desde mi punto de vista debe considerarse, cuanto menos, incompleta. La hibridación simbólica no es un rasgo genuino del arte babilónico durante la época de Nabucodonosor II; véanse por ejemplo los relieves de la puerta de Ishtar (la gran puerta monumental de Babilonia, construida durante el reinado del rey Nabucodonosor II, que hoy en día podemos admirar en el Museo de Pérgamo en Berlín). En ellas tan sólo aparecen representaciones animales puras (leones, toros…), pero nunca seres mezcla de partes animales y humanas. Las figuras androcéfalas mesopotámicas (los famosos toros antropomorfos o Lamassu, como el que se muestra en la imagen inferior) son más propias del arte asirio, casi dos siglos anterior al tiempo de Nabucodonosor II, aunque situado en la misma región espacial. Es lógico pensar que los babilonios de la dinastía caldea (de la cual Nabucodonosor I fue su máximo representante), podrían haber heredado de los asirios la costumbre de colocar a la entrada de la puerta de sus palacios figuras antropomorfas a modo de deidad protectora y benéfica.


Lamassu asirio. Bajorelieve procedente del palacio de Sargón II en Dur Sharrukin (actual Khorsabad, Irak). Museo del Louvre (París).

La argumentación podría tecnificarse aún más, sin aportar en modo alguno mucha más luz sobre esta hipótesis. Es robusta en todos los aspectos, pero en Antiquus preferimos no detenernos aquí. Daremos un paso más allá, y por ello optaremos por exponer otra teoría establecida a principios del siglo XX por el eminente psiquiatra y estudioso del símbolo Carl Gustav Jung, la cual, aun siendo menos extendida, es a mi parecer mucho más natural.

La influencia del imperio babilonio sobre los judíos de la época es indiscutible, pero quizás su evidencia nos impide percibir la influencia del otro de los grandes imperios de su tiempo. Si la superpotencia con la que lidiaba el reino de Israel por su frontera asiática era Babilonia, el Imperio Egipcio lo era al otro lado de la península del Sinaí. Es bien sabido que, desde sus inicios, Israel mantuvo con Egipto estrechas relaciones, las cuales sufrieron varias etapas de paz-enfrentamiento repetidas en el tiempo. Inherente a ese proceso de intercambio económico y geopolítico, subyace siempre una componente muy importante de permeabilidad cultural que, sin pretenderlo, configura buena parte del sustrato de toda relación diplomática; desde las relaciones establecidas entre las cortes al más alto nivel, hasta la “micropolítica” practicada en el marco de los intercambios cotidianos entre individuos de ambos lados de la frontera, el continuo proceso de ósmosis de símbolos y cosmogonías entre interlocutores de diferentes culturas ha sido un factor crucial en la formación de los pueblos y en la construcción de su historia.

Evidentemente, la originalidad y riqueza de la cultura egipcia no se circunscribió únicamente a las fronteras naturales del reino de los faraones; lejos de eso, su tremenda personalidad influyó en todo el mundo conocido, y el pequeño reino de Judá no fue una excepción: la propia arquitectura del templo de Salomón recordaba de manera clara las estructuras y la geoemetría de los primeros templos egipcios. Es por tanto en Egipto donde Jung busca el origen del Tetramorfos cristiano.

Una de las deidades más carismáticas del panteón egipcio fue sin duda el dios Horus, hijo de Osiris, vinculado a la realeza y al culto solar ya desde los tiempos predinásticos (5000 a.C.).


 Horus, representado como un hombre con cabeza de halcón.

En futuras entradas hablaremos largo y tendido sobre la influencia crucial que la mitología de Horus tuvo en la redacción de los evangelios canónicos, así como de las similitudes entre su vida y la del propio Jesús de Nazaret. Lo que nos interesa ahora es sobre todo su descendencia, o mejor dicho, el corpus iconográfico asociado a su representación.

Uno de los aspectos más importantes de la ceremonia de momificación de los muertos en Egipto era el momento en el que el embalsamador extraía las vísceras principales del cuerpo del difunto. Después de ser deshidratadas y tratadas con ciertos productos químicos, las cuatro vísceras más importantes del organismo (el hígado, los intestinos, el estómago y los pulmones) se envolvían en vendas de lino y se depositaban en cuatro recipientes denominados vasos canopos, en cuyo interior quedaban sumergidos en un líquido llamado “líquido de Horus”. En la tapa de estas pequeñas vasijas se representaban las formas de los cuatro hijos de Horus (Amset, Hapy, Kebehsenuf y Duamutef), cuya función era proteger su contenido de la destrucción. El hígado se depositaba en un canopo sellado con una tapadera con forma de cabeza humana, que representaba a Amset; por su parte, los pulmones se introducían en la vasija protegida bajo el símbolo de Hapy, representado por la cabeza de un babuino; la custodiada por Kebehsenuf albergaba los intestinos, y tenía forma de cabeza del halcón; por último, el dios Dumutef, representado por la cabeza de un chacal, custodiaba el estómago del difunto.


Vasos canopos: los cuatro hijos de Horus.

El marco temporal encaja a la perfección, pues las representaciones canopas preceden en el tiempo a las visiones de Ezequiel por espacio de milenios. Por otro lado, la ceremonia de momificación era uno de los rasgos más genuinos de la religión egipcia, y era bien conocida por el resto de las culturas con las que mantenía relación, con lo que un hombre erudito como Ezequiel sin duda sería conocedor de sus características. Además, la comparación entre la primera imagen mostrada en el artículo y la imagen superior en la que se incluye la fotografía de los cuatro vasos canopos revela una similitud cualitativa que habla por sí misma.

Así pues, concluimos que la visión de Ezequiel estuvo posiblemente influida de manera consciente o inconsciente por las representaciones figurativas de los vasos canopos y que, por tanto, para encontrar el germen del tetramorfos cristiano - cuya versión estándar aparece en el Apocalipsis de San Juan - hay que remontarse a la milenaria mitología egipcia, concretamente a las imágenes simbólicas de los cuatro hijos de Horus utilizadas en las ceremonias mortuorias del legendario reino del Nilo.

Nacho del Val


Bibliografía:

- CARCENAC PUJOL, CLAUDE-BRIGITTE. Jesús, 3000 años antes de Cristo. Barcelona: Editorial Plaza y Janés, 1991

- G. WAGNER, CARLOS. Historia del Cercano Oriente. Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 1999.

- JUNG, CARL G. El hombre y sus símbolos. Barcelona: Editorial Carlat. Biblioteca Universal, 2002.

- LÓPEZ MELERO, RAQUEL. Breve Historia del Mundo Antiguo. Madrid: Editorial Universitaria Ramón Areces, 2012.